El Huracán Mateo (Cuento para entender el TDAH) Por Dr. Álvaro Albornoz

 


Mateo era un niño lleno de energía, como un huracán en movimiento. Desde que se despertaba hasta que se dormía, su mente y su cuerpo parecían ir a mil por hora. Su mamá decía que era como un torbellino de ideas y movimiento.

En la escuela, Mateo quería prestar atención, pero su mente saltaba de un pensamiento a otro. Mientras la maestra explicaba matemáticas, él pensaba en los planetas, en cómo sería volar como un águila y en el sabor de la pizza que comería después. Cuando se daba cuenta, la clase ya había avanzado y él no sabía en qué parte del problema estaban.

También le costaba mucho quedarse quieto. Movía los pies bajo el escritorio, tamborileaba con los dedos en la mesa y, a veces, sin darse cuenta, se levantaba de su asiento para ver lo que hacía un compañero. "Mateo, concéntrate y siéntate, por favor", decía la maestra con paciencia. Él lo intentaba, pero su cuerpo parecía tener vida propia.

Cuando jugaba con sus amigos, a veces hablaba sin esperar su turno o interrumpía sus conversaciones. No lo hacía a propósito, simplemente las palabras salían de su boca antes de que pudiera detenerlas. Sus amigos a veces se enojaban, pero Mateo siempre se disculpaba y trataba de mejorar.

En casa, hacer la tarea era toda una aventura. Su mamá debía recordarle varias veces que debía terminar antes de salir a jugar. Mateo se distraía con el sonido de los autos afuera, con un dibujo en su cuaderno o con la idea de construir un robot de cartón. "Concéntrate, hijo", decía su mamá con una sonrisa. "Sé que puedes hacerlo."

Pero, aunque a veces era difícil, Mateo también tenía grandes cualidades. Su creatividad no tenía límites: inventaba historias increíbles, encontraba soluciones inesperadas a los problemas y tenía una memoria sorprendente para los datos que le interesaban. Además, su energía lo hacía un gran deportista y nunca se rendía cuando algo le apasionaba.

Con el tiempo, Mateo y su familia aprendieron estrategias para ayudarlo. Hacían listas de tareas, usaban un reloj para medir tiempos de estudio y descansos, y practicaban ejercicios para relajarse. La maestra también le daba pequeños descansos y le permitía moverse de manera controlada en clase. Poco a poco, Mateo descubrió que su "huracán" podía convertirse en una brisa poderosa y enfocada.

Mateo no dejó de ser él mismo, pero aprendió a usar su energía y creatividad de la mejor manera. Y así, con el viento a su favor, siguió avanzando, demostrando que cada niño es especial a su manera.

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