¿Son necesarias las tareas escolares para la casa? (Dr. Álvaro Albornoz)
Durante generaciones, las tareas escolares han sido vistas como parte natural del proceso educativo. Para muchos, son sinónimo de responsabilidad, disciplina y refuerzo del aprendizaje. Pero en los últimos años, esta práctica ha sido cuestionada desde múltiples enfoques: pedagógicos, psicológicos y familiares. Entonces, ¿realmente son necesarias las tareas para la casa?
No hay una única respuesta. Lo que sí sabemos es que el exceso de tareas puede convertirse en una fuente de estrés, ansiedad y conflictos familiares, especialmente en los niveles de preescolar y primaria. Muchos niños, luego de una jornada escolar larga y exigente, llegan a casa agotados. Necesitan jugar, moverse, conversar, descansar. Pero en lugar de eso, deben sentarse nuevamente a trabajar, muchas veces sin ganas ni motivación, y a menudo sin comprender del todo lo que se les pide.
Además, no todas las familias pueden acompañar el proceso de la misma manera. Hay hogares con poco tiempo, sin acceso a internet, sin adultos disponibles o con escaso conocimiento para apoyar académicamente. En esos casos, la tarea deja de ser un refuerzo y se vuelve una barrera, una carga, una fuente de frustración.
Entonces, ¿significa esto que no debe haber ninguna tarea? No necesariamente. Lo que se cuestiona no es la existencia de tareas, sino el sentido que se les da, la cantidad, la calidad y la forma en que se asignan.
Una tarea útil no es la que repite mecánicamente lo del cuaderno. Es la que invita a pensar, a crear, a investigar con curiosidad. Es la que puede hacerse en familia, o en solitario, pero sin generar angustia. Es la que despierta conexiones con la vida real: observar la luna, escribir una carta, entrevistar a los abuelos, leer una historia y comentarla, cuidar una planta, resolver un pequeño reto cotidiano.
Además, las tareas no deben ser castigo ni instrumento de presión. Si un niño necesita tiempo extra para reforzar algún aprendizaje, eso debe hacerse con apoyo y acompañamiento pedagógico, no con una pila de ejercicios que terminan agotando más que enseñando.
Es clave que la escuela dialogue con las familias sobre este tema. Que escuche sus realidades, que respete los tiempos del hogar, que reconozca que el aprendizaje no solo ocurre con lápiz y papel, sino también mientras se cocina, se juega, se conversa, se explora. Aprender a convivir, a expresar emociones, a resolver conflictos, también son tareas. Pero de la vida.
Lo importante no es eliminar por completo las tareas, sino revisarlas con sentido crítico: ¿Para qué se asignan? ¿Qué aprenden los niños con ellas? ¿Generan bienestar o malestar? ¿Estimulan el pensamiento o solo ocupan el tiempo?
Porque más allá de los ejercicios, lo que verdaderamente forma a un niño es sentirse motivado, comprendido y acompañado en su proceso. Y eso no siempre se logra con más tarea, sino con mejores formas de enseñar y de vincular la escuela con la vida.
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