Más allá del diagnóstico: los niños con TDAH y sus potencialidades ocultas. (Dr. Álvaro Albornoz)
Cuando un niño recibe el diagnóstico de Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), muchas veces lo primero que aparece es el miedo. Padres, maestros y adultos cercanos se llenan de preguntas: ¿podrá aprender bien?, ¿tendrá dificultades para relacionarse?, ¿cómo lo ayudamos? Y aunque es cierto que el TDAH implica desafíos reales, también es cierto que detrás de ese diagnóstico hay un niño lleno de luz, talentos únicos y formas extraordinarias de ver el mundo.
El TDAH no es una etiqueta que define a la persona. Es una condición neurológica que afecta la regulación de la atención, el control de impulsos y, muchas veces, la hiperactividad física o mental. Pero también es una forma distinta —y muchas veces brillante— de procesar la realidad. Son niños que piensan rápido, sienten intensamente y aprenden mejor con movimiento, emoción y creatividad. Son curiosos, ingeniosos, apasionados y sensibles. Tienen ideas originales, conexiones sorprendentes y una energía vital que, si es bien canalizada, puede convertirse en una fuerza transformadora.
Uno de los errores más comunes es centrar toda la mirada en la dificultad. En lo que cuesta, en lo que interrumpe, en lo que “no puede”. Pero ¿qué pasaría si empezáramos por lo que sí? Por sus intereses profundos, por sus habilidades naturales, por su necesidad de explorar. Muchos niños con TDAH destacan en áreas como el arte, la música, la resolución de problemas, la tecnología, el pensamiento estratégico o la empatía con otros. Necesitan que los adultos que los rodean no intenten “normalizarlos”, sino comprenderlos, acompañarlos y potenciar lo que los hace únicos.
Para eso, es fundamental cambiar el enfoque educativo. Menos castigo y más acompañamiento. Menos exigencia rígida y más estructura flexible. Menos miedo a la diferencia y más celebración de la diversidad. Los niños con TDAH no necesitan ser “arreglados”, necesitan ser mirados con respeto, guiados con amor y apoyados con herramientas adecuadas.
En el hogar, esto implica ser pacientes, establecer rutinas claras, validar sus emociones y ofrecer estrategias sin humillar. En la escuela, implica adaptar los métodos, incorporar movimiento, permitir descansos, brindar refuerzo positivo y trabajar en alianza con la familia.
Cuando un niño con TDAH se siente aceptado, valorado y entendido, florece. Su autoestima se fortalece. Su energía se enfoca. Su cerebro encuentra caminos para aprender. Y lo que antes era visto como un “problema” se convierte en un motor de creatividad, liderazgo y sensibilidad.
Porque, en el fondo, los niños con TDAH no son un error en el sistema. Son una invitación a cambiar el sistema. A hacerlo más humano, más diverso, más real. A educar desde el corazón y no desde la etiqueta. Y a recordar que todos los cerebros merecen el derecho de brillar.
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