La retroalimentación en la escuela: una herramienta poderosa para el aprendizaje de los niños. (Dr. Álvaro Albornoz)
En el proceso educativo, pocas cosas tienen tanto impacto como una retroalimentación oportuna, clara y empática por parte del maestro. Más allá de poner una calificación o corregir un error, la retroalimentación es una oportunidad valiosa para guiar, motivar y formar. Especialmente en la infancia, cuando los estudiantes están construyendo su autoestima, su sentido del logro y su relación con el conocimiento, el modo en que los adultos responden a su esfuerzo puede marcar la diferencia entre el entusiasmo por aprender y la frustración.
¿Qué es la retroalimentación educativa?
La retroalimentación es el proceso mediante el cual un docente ofrece a sus estudiantes información específica sobre cómo están aprendiendo, qué están haciendo bien, en qué pueden mejorar y cómo pueden lograrlo. No es solo un comentario general, como “muy bien” o “esfuérzate más”, sino una guía que ayuda al niño a comprender su propio proceso y avanzar con claridad.
¿Por qué es tan importante?
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Fomenta el aprendizaje significativo.Cuando los niños entienden qué hicieron bien y cómo pueden mejorar, aprenden de manera más profunda y no solo para pasar un examen.
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Construye autoestima y seguridad.Una retroalimentación positiva, respetuosa y específica les permite confiar en sus capacidades sin temer al error.
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Promueve la autorregulación.El estudiante aprende a revisar su trabajo, detectar fallos y corregirse, desarrollando autonomía y pensamiento crítico.
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Fortalece el vínculo maestro-estudiante.La retroalimentación constante y empática crea una relación de confianza y respeto. El niño siente que su maestro lo acompaña, no que lo juzga.
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Guía el esfuerzo.No basta con decir “está mal”: el niño necesita saber cómo mejorar. Una retroalimentación adecuada señala el camino para avanzar.
¿Cómo debe ser una buena retroalimentación?
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Oportuna: Debe darse lo antes posible, mientras la actividad aún está fresca en la mente del niño.
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Específica: En lugar de generalidades, se enfoca en aspectos concretos: “Tus ideas son buenas, pero puedes mejorar la ortografía en estas palabras”.
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Constructiva: Señala lo que está bien, lo que necesita mejora y cómo lograrlo, sin humillar ni ridiculizar.
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Personalizada: Tiene en cuenta el nivel, estilo de aprendizaje y necesidades del estudiante.
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Motivadora: Impulsa al niño a seguir intentándolo, destacando sus avances y su potencial.
¿Qué ocurre cuando no hay retroalimentación?
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El niño se queda con dudas.
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Se repiten errores sin corregirse.
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Disminuye la motivación y el sentido de logro.
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Se sienten invisibles o poco valorados.
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Se enfocan solo en la nota, no en el proceso.
El maestro como guía, no como juez
Los maestros no están solo para evaluar, sino para acompañar el proceso. Cada ejercicio, actividad, dibujo o examen debe ser una oportunidad para el diálogo pedagógico. Incluso cuando el resultado no es el esperado, el mensaje debe ser: “Estoy contigo, vamos a mejorar juntos”.
En este sentido, la retroalimentación no es un lujo ni una tarea extra: es una parte esencial de enseñar con propósito, con vocación y con afecto.
Sembrando confianza, cultivando aprendizaje
Cada vez que un maestro escribe un comentario alentador, explica un error con paciencia, o muestra al niño cómo avanzar, está sembrando semillas de confianza, perseverancia y amor por el aprendizaje. Y esas semillas, con el tiempo, dan frutos que trascienden la escuela: niños que creen en sí mismos, que se esfuerzan, que no temen equivocarse y que saben que pueden mejorar.
Porque educar no es solo enseñar contenidos. Es mirar al niño y decirle, con hechos: “Tú vales. Puedes. Estoy aquí para ayudarte a crecer”.
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