La importancia del juego en el aula: más que recreo (Dr. Álvaro Albornoz)
Durante mucho tiempo, el juego ha sido relegado a los recreos, a los “tiempos libres” o a los primeros grados de educación. Se le ha visto como una pausa en el aprendizaje, un espacio para descargar energía o simplemente una forma de premiar el buen comportamiento. Pero la verdad es que el juego no es una distracción del aprendizaje: es una de las formas más poderosas de aprender.
Cuando los niños juegan, no solo se divierten. También desarrollan su imaginación, su lenguaje, su pensamiento lógico, su autorregulación emocional y sus habilidades sociales. En el juego libre o dirigido, el niño explora, experimenta, prueba soluciones, fracasa sin miedo y vuelve a intentar. El juego es su manera natural de comprender el mundo, de procesar lo que siente y de construir conocimiento significativo.
Incorporar el juego dentro del aula —no como premio, sino como herramienta pedagógica— transforma la relación del niño con el aprendizaje. Un niño que aprende jugando está más motivado, más conectado, más activo. Su atención mejora, su estrés baja, su participación se multiplica. Y lo que aprende, lo recuerda más fácilmente, porque lo vivió con el cuerpo, con las emociones y con la alegría.
No se trata solo de jugar por jugar. Se trata de crear experiencias lúdicas con intención educativa. Juegos matemáticos, juegos de roles, desafíos de lógica, cuentos dramatizados, dinámicas de movimiento, retos colaborativos… todo esto puede formar parte del aula sin restar profundidad ni contenido. Al contrario: el juego enriquece el aprendizaje, lo vuelve vivencial, contextualizado y significativo.
Además, el juego fortalece vínculos. En una clase donde se juega, hay más cooperación, menos conflictos, mayor expresión emocional y más oportunidades para conocer a los estudiantes como personas. El juego revela fortalezas, muestra talentos ocultos y permite que los niños se sientan vistos y valorados por lo que son, no solo por sus notas.
Los niños necesitan jugar no solo en preescolar. También en primaria. Incluso en secundaria. Necesitan moverse, imaginar, reír, crear, equivocarse sin miedo. En realidad, el derecho al juego no se pierde cuando entran al sistema escolar: al contrario, la escuela debería garantizarlo, protegerlo y utilizarlo como un lenguaje esencial para enseñar.
Transformar la educación implica cambiar no solo los contenidos, sino la forma en que se transmiten. Y el juego es una de las llaves más potentes para abrir la puerta a un aprendizaje más humano, activo y feliz. Porque un aula donde se juega es un aula donde se vive, se aprende y se crece de verdad.
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