Cómo construir escuelas que abracen la infancia (Dr. Álvaro Albornoz)
La escuela, para muchos niños, es el primer espacio fuera del hogar donde aprenden a relacionarse con el mundo. Es un lugar que puede marcar profundamente su autoestima, su manera de aprender, de convivir y de soñar. Por eso, la gran pregunta no debería ser solo qué aprenden los niños en la escuela, sino cómo se sienten mientras aprenden.
Construir escuelas que abracen la infancia no es un lujo, es una necesidad urgente. Significa crear entornos donde los niños no tengan que dejar su alegría, su curiosidad o su vulnerabilidad en la puerta. Donde puedan ser ellos mismos sin temor a ser castigados por moverse mucho, preguntar demasiado o emocionarse intensamente.
Una escuela que abraza la infancia cultiva el vínculo, la empatía y el respeto por los ritmos del desarrollo. Sabe que un niño feliz aprende mejor, se regula mejor y construye relaciones más sanas. En estas escuelas, el afecto no es un premio: es la base del proceso educativo.
Los maestros que trabajan en estas escuelas entienden que educar es mucho más que transmitir contenidos. Es acoger, observar, escuchar. Es notar cuando un niño está triste, cuando necesita moverse, cuando tiene algo importante que decir. Son adultos que no ven al niño como un problema que hay que corregir, sino como una persona en formación que merece ser comprendida.
En una escuela que abraza la infancia, se priorizan el juego, la creatividad, el movimiento y la expresión emocional. Se celebran las diferencias, se acompaña la neurodiversidad, se cuidan los espacios, y se protege la dignidad de cada alumno. No se humilla, no se etiqueta, no se ridiculiza. Porque la infancia no se corrige, se acompaña.
Estas escuelas también cuidan a sus docentes. Porque un maestro agobiado o sin apoyo, difícilmente podrá abrazar emocionalmente a sus alumnos. Por eso, se crean comunidades educativas donde también los adultos se sienten vistos, valorados y contenidos. Donde el trabajo en equipo, la formación continua y el bienestar docente son parte del proyecto educativo.
Y, por supuesto, estas escuelas trabajan en alianza con las familias. No ven a los padres como enemigos o intrusos, sino como aliados esenciales. Escuchan sus preocupaciones, construyen puentes de diálogo y promueven una crianza compartida basada en el respeto mutuo.
Construir escuelas que abracen la infancia es una decisión ética, pedagógica y humana. Es una forma de resistir a la deshumanización, a la rigidez y a la indiferencia. Es apostar por una educación que no solo instruye, sino que transforma. Que no solo exige, sino que cuida. Que no solo forma mentes, sino que sostiene corazones.
Porque al final, lo que más recordará un niño de su paso por la escuela no será si aprendió bien la tabla del 9 o la regla ortográfica de la "b". Recordará si se sintió amado, aceptado, libre para ser él mismo. Y esa memoria emocional será la raíz de todo su futuro.
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